lunes, 29 de junio de 2009

La verdad de las musas

"No sé si podré librarme de esta. Resulta que no sé si podré salvarme de esta. Sanarme de esta”

El corazón sobre todo - Estelares


¿Quién comprende a las musas? ¿Cómo llegar a ellas? ¿Cómo identificarlas cuando arriban? Esas diosas mitológicas que parecen colarse en nuestras vidas fueron siempre un enigma para mí. Su presencia, etérea y sutil, pareciera estar destinada a modificar nuestra existencia, en un plano que excede el terrenal y que convierte sus secuelas en una marca indeleble e imperecedera. No podemos controlarlas y eso las dota de un cautivante misterio. Nos enamoran, nos moldean a su antojo y retozan en nuestra fascinación. Algunos se permiten crear impulsados por las sensaciones, otros, simplemente contemplan impotentes cómo la sangre que brota de las heridas salpica todo alrededor.

Esas marcas definitivas, son el móvil de un trabajo descomunal. Stephen Daldry continúa su obra en la misma tónica que utilizara en la maravillosa “Las Horas”, creando con “El Lector”, una cinta de aroma clásico, soberbia ambientación y un guión sin fisuras. Un romance intenso entre dos desconocidos, separados generacionalmente pero unidos por los designios indescifrables del sentir, dan pie a una historia en la que se pondrá a una de las partes ante la encrucijada de seguir los dictados del corazón o someterse a las leyes del hombre. La moral por sobre los sentimientos, el deber por sobre el querer, una historia repleta de secretos, donde el que parece más ínfimo termina por ser el más revelador.

Las más de dos horas de filmación se deslizan parsimoniosas, pero sin zozobras, basándose en un guión bien concatenado y una fotografía exquisita, la historia de amor nunca se hunde en las tentadoras mieles de la cursilería y camina con paso firme hacía el núcleo del argumento, permitiéndose apuestas victoriosas como licencias anacrónicas que rompen lo lineal y tan sólo suman porotos al trabajo de un David Hare, quien se confirma como uno de los mejores guionistas contemporáneos, adaptando siempre con buen tino, obras complejas a la pantalla grande.

La cinta suma otro punto a favor merced a las magníficas interpretaciones de sus protagonistas, especialmente la que surge de los zapatos de una Kate Winslet que no deja de sumar papeles inolvidables, alejándose cada vez más del soso y sobrevalorado personaje de la hipertaquillera Titanic. Hablar de Ralph Fiennes sería redundar sobre un actor cuyos pergaminos hablan por si mismos. El inglés vuelve a imponer su presencia, en este caso con un bagaje dramático encomiable, y se erige hacia el final de la película como “el hombre que dejó la historia”, una persona herida, sensible e incapaz de olvidar. El trinomio protagónico lo completa el joven David Kross, quien a pesar de no contar con las espaldas de sus compañeros de reparto, está a la altura de las circunstancias, con una actuación sólida y comprometida.

Todo lo antedicho conforma cualquier cosa menos una película más. “El Lector” es una obra de arte finísima, de un acabado riguroso y metódico. Estricta desde lo argumental, bella desde lo visual y con un altísimo nivel interpretativo. La cinta ataca sin piedad al espectador aburguesado, poniéndolo frente a una historia difícil de digerir, de aristas que cuestionan la moral y justifican hasta el más tórrido accionar, sin alinearse con una ideología, sino intentando desentrañar lo que lleva al hombre común a recorrer ciertos caminos. El trabajo de Daldry está llamado a ser una cinta indispensable para los amantes del género.

“El Lector” inspecciona las heridas profundas que el tiempo cierra pero transforma en cicatrices indelebles, como un recordatorio de lo que fuimos, de lo que somos, de lo que seremos. Nuestra vida signada por la vida de los otros, por nuestro pasado, ese que configura nuestro presente, moldea nuestros corazones y es la génesis misma de nuestros demonios personales. La verdad de las musas, esas que aparecen cuando menos las esperamos, convirtiendo todo lo que conocíamos en un terreno virgen, presto a ser explorado.

lunes, 22 de junio de 2009

Revelaciones

Veo su cuerpo embutido en unas medias negras inclementes. Intento sin éxito controlar mis ojos (luego se lo diría) y me someto al protocolo. Aplacar la locura forma parte de encajar, entonces lo hago, apático pero conciente. Saludo sin dejar de sentirme un pelotudo y busco nervioso una canción mientras pienso algo lo suficientemente divertido e inteligente para decir. No lo consigo, pero ella habla y desinflama un lóbulo frontal a punto de explotar.

El resto es humo, alcohol y revelaciones. La escucho y tiemblo hasta que decido besarla, o me obligo a hacerlo. Rompo el muro, lo atravieso no sin esfuerzo y llegó hasta ella. Me recibe y, condenado a la obviedad, me sorprendo en la noche de las sorpresas. En cada beso apoya sus manos en mis mejillas, como enmarcándolo, perpetuándolo. Siento su lengua, húmeda y delicada, rozar la mía como un bálsamo. La abrazo, intento no pensar y por un momento lo consigo. Me pide que me quede con ella. Se lo juro. Su piel es la perfección. Me desintegro, mis huesos se pulverizan y la piel cuelga como una masa sanguinolenta con una sonrisa macabra. El corazón sale al exterior. Ella lo toma entre sus manos y lo observa, diáfana y noble. Lo guarda. No le pido que me lo regrese.

Vuelvo a besarla, interminablemente. Por la ventana la luz del día comienza a romper las pelotas. Vuelve a pedirme que me quede con ella… no tengo intenciones de irme. Entonces de sus labios turgentes, lascivos, eternos y desnudos brota la invitación única.

Me doy cuenta que estoy condenado al destierro. Abro los ojos mientras intento alejar el sopor de las feromonas. Quizás no vuelva a verla nunca. No lo soporto. No con ella. No después de tanto esperar. Toco su pelo y beso sus pechos exquisitos, entonces le digo que tengo que irme. Abre los ojos, entiende todo en un segundo (siempre lo hace) cobra dimensión de lo que representa realmente. Planteos demodé parecen perseguirla. Me incorporo y mientras me visto me decido a escapar. Subyugo el deseo y por primera vez en mi vida me permito sentir.

Es entonces cuando me contrae una súbita introspección. Había estado vacío. Mi cuerpo era una coraza repleta de órganos que funcionaban por la bendita acción de una naturaleza que no comprendía. Mi cerebro había pensado hasta el hastío, estaba agotado, turbado, carente de cualquier noción real.

Y pierdo todo. En un segundo, pierdo todo.

¿Era así como se sentían quienes lograban enamorarse? Recordé mis hipótesis y me avergoncé de elaborarlas sobre una noción que me había sido tan ajena. Descubrí la injusticia y la desesperación en ese momento. Me percaté, que no había vivido hasta entonces, que todo se trataba de un burdo e imperfecto vodevil. De una puesta en escena. Comprendí el estúpido accionar de los hombres –esos mismos que me llenaron de indignación- y lo justifiqué. Estaba dispuesto a entregar mi alma a cambio de un minuto con ella. No había motivos, ella no había hecho más que aceptarme para rechazarme luego. No me importaba. Nada importaba más. No buscaba lógica, estaba cansado de buscar lógica. Quería sentir.

Es todo lo que recuerdo.

Ilustración: "Wild Horses" de Ron Wood.

lunes, 8 de junio de 2009

"Mis shows en solitario sirven para despuntar el vicio"

Entrevista que le realicé para el diario a Manuel Moretti (cantante de Estelares) con motivo de su visita a mi provincia. Dio un show maravilloso que sólo fue apreciado por unos cuantos, entre los que suscribo.

Las rutas son numerosas y los kilómetros incontables. Esos, los recorridos por Manuel Moretti y Estelares desde que la banda, allá por 1996 comenzaba a sonar con una propuesta distinta en una escena musical donde el “rock chabón” reinaba sin una oposición verdadera. Las guitarras, atacaban los oídos achanchados aliadas con un lirismo delicado, de una profundidad que viajaba por la melancolía más pura, impulsada por las pulsaciones de un corazón en constante búsqueda.

El tiempo se encargó de poner a Estelares en su lugar. Atosigado por una prensa que lo requiere como nunca antes, nos atiende con la urgencia de los artistas solicitados “llámame ya, que hacemos la nota antes que sea más tarde” sentencia, y después se queja entre risas “desde que salió el disco nuevo no paro de dar notas, no tengo vida, pero es terriblemente placentero”.

Manuel alterna sus presentaciones con Estelares con shows acústicos y alternativos que realiza en distintos puntos de todo el país. “Es despuntar el vicio, estos shows tienen un trato más íntimo, salgo a cantar canciones que no se grabaron, que se tocaron poco con Estelares. Incluso a veces canto tango o toco el piano. Escapa a la dinámica del grupo”.

La mañana del aviador y un diario de canciones

Una prolongada espera entre la grabación del disco “Ardimos” de Estelares, llevó a Manuel a grabar un disco en solitario. El nombre elegido fue “La Mañana del Aviador”, trabajo que él definió como “un diario de viaje, más que un trabajo solista”.

“Estaba urgido porque demoraba en salir “Ardimos”. Tenia la urgencia por mostrar todo lo que tenía y lo hice en todos esos demos. Lo del diario de viaje, era como una idea, pero en este caso era como un diario de canciones, que armaba por quincena o por día, o por mes…”.

Esta situación de espera interminable es ahora parte de un pasado reciente, y lo que antes era un trabajo ciclópeo en pos de plasmar en un disco sus canciones, se convirtió prácticamente un trámite -al menos desde el punto de vista burocrático- en un mero favor de un mercado que los acogió como hijos pródigos tras condenarlos durante años al destierro.

Pero, ¿cómo maneja la masividad Estelares tras tantos años en los escenarios under? “La verdad que lo disfruto tranquilo. Por suerte, es como que las canciones han llegado a oídos nuevos, andamos de gira, y eso está buenísimo. Y como para nosotros sigue siendo nuestro trabajo, nuestro ámbito, nuestro lugar… eso hace que la popularidad se torne mucho más placentera”.

Un nuevo disco, una nueva temporada

“Una Temporada en el Amor” es mucho más expansivo, asegura Manuel para luego llamarse a un silencio breve, como meditando cuales serían los apelativos correctos para definir al flamante trabajo de Estelares. Me parece que es más profundo –aunque no estoy muy seguro de quien define la profundidad- es más cargado, más riguroso, nos metemos mas en otros colores, tanto a nivel letras como a nivel musical. “Sistema Nervioso Central” era muy directo, una trompada, como “Wadu Wadu” de Virus. En cambio en el disco nuevo se pueden encontrar momentos intimistas, canciones actuales y otras que se hicieron en el “menemato”, como “Un Viaje a Irlanda”.

Estelares se presentó por primera vez en Santiago del Estero en noviembre del año pasado. El show tuvo una muy buena repercusión, que permite que ahora, Manuel Moretti regrese. El profundo arraigo folclórico de la provincia, es un tema que no es ajeno a la música de un músico versátil, que reconoce el aporte a la música argentina de figuras como Don Sixto Palavecino. “Mira, cuando era chico escuchaba folclore en radio AM, aunque no lo tengo concientizado. A mí lo que me gusta de una canción es la melodía y la armonía. Sé que hay enormes canciones del folclore y la división ternaria que tiene –como el tango- yo la utilizo mucho. Un santiagueño una vez me hizo escuchar sus canciones y recuerdo que me gustaron muchísimo, hay grandes folcloristas, como Atahualpa Yupanqui y don Sixto Palavecino.

Sobre lo que se viene, Manuel sabe que las largas gira son ineludibles "para nosotros, es placentero, presentando el nuevo disco vamos a rotar por todo el país, Rosario, Córdoba, Comodoro Rivadavia, y esperemos que Santiago también, e incluso una salida al exterior. Eso es lo que se viene para Estelares”.

El futuro para la banda se abre promisorio tras años de una lucha en la que la música fue la principal arma. Esa nobleza artística, parece continuar siendo el principal bastión en el que el grupo sostiene su éxito, más allá de un entorno donde su brillo resalta como todo lo distinto, como un fulgor, como un objeto celeste, como una figura estelar.