jueves, 17 de noviembre de 2011

Epifanía

“En cada lugar caerás. Si alguien te abraza lo harás En cada lugar caerás. Si alguien estalla”
Tu orden – L7D

Y aquí, al borde de los 30, luchando con fiereza espartana contra los kilos de más, se me ocurre pensar que el pensar podría hundirme.

Pero inmediatamente después entiendo que vivir atormentado por el deseo de encontrar la totalidad del sentido, podría bien ser una bendición y no una pesada carga. Esa utopía conciente, permite acceder a revelaciones que se presentan en pequeñas dosis, nimias, pero nunca imperceptibles. Aparecen arrolladoras y nos colman, aunque sea por un rato. Activan esa sensibilidad nuevamente, con una energía tan desconocida como efectiva. Y así aflora el recuerdo, aunque duela, tajea la carne con precisión quirúrgica, y deja expuesto eso que nos empeñamos en ocultar. Imágenes mentales me permiten acceder de nuevo al invierno en el que estuvimos cerca sin estarlo realmente.

Así convivo. Jugando al gato y al ratón a la distancia, entre mis pastillas y mis letras, durante mis solitarias incursiones al cine o mientras la sé a miles de kilómetros. Sigo viviendo entre la belleza de las cosas (que ni siquiera lograron ser opacadas por su ausencia) pero siempre cumpliendo la promesa tácita que nos hicimos. La de mantenerme lejos para evitar asustarla. Porque las obsesiones la asustan y esa fue mi etiqueta, un tipo que asusta. Una ironía deliciosa: sus miedos no nos dejaron ser plenos y terminaron por alejarnos para siempre.

Paradoja: ella es representativa no por lo que me dio. Si por eso fuera debería odiarla. Lo es porque con ella pude darme cuenta que soy capaz de sentir. Porque descubrí que todo lo anterior, lo prosaico, lo absurdamente aburrido, eso que pretendía llamar amor, no era más que una mentira burda.

Por eso batallo cada tanto con su fantasma, cuando aparece sonriente, conciente de que le debo algo.

Algo que pago con su corrosiva indiferencia.