Un porcentaje bastante
considerable de personas de mi generación considera que el
voto a los 16 es inviable, aduciendo una supuesta falta de madurez
de los jóvenes para votar a conciencia. Por propiedad
transitiva, podríamos decir que quienes hemos superado la
barrera de los 16 -ampliamente- estamos capacitados para sufragar.
Sin embargo, no son pocas las personas con las que he conversado que
consultados en torno a los motivos por los que eligió a un
candidato durante unas elecciones me respondieron “porque votar a
[inserte aquí un nombre a elección] no da”. Y es que
la adultez supone madurez, según esta concepción algo
reduccionista de quienes se oponen al voto juvenil. Entonces “no
da” que los chicos voten.
Y el motivo creo que es
uno solo: quienes crecimos con Menem como presidente somos en gran
medida, abúlicos políticos. Sufrimos el desarraigo (y
la poco recomendable comodidad) de no pertenecer a un ismo. Crecimos
tibios, porque las políticas neoliberales nunca ofrecieron un
espacio para los jóvenes. Por el contrario. Entonces,
empíricamente para nosotros, los jóvenes actualmente
tienen el mismo interés por la política que nosotros
tuvimos a esa edad.
Estamos equivocados.
He conversado con
adolescentes que conocen el entramado político actual en
detalle y poseen un espíritu crítico que ni por asomo
he visto cuando tenía 16 años. Jóvenes con
argumentos sólidos que derrumban los endebles cuestionamientos
de adultos y adultos/jóvenes que se niegan sistematicamente a
comprender que los tiempos cambian, que el acceso a la información
es otro y que la vida política en democracia, implica
involucrarse, cuanto antes mejor.
La frase remanida que
reza “los jóvenes son el futuro” tiene que dejar de ser
mera retórica.
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