jueves, 9 de junio de 2022

Ignífugo

A priori, resultaba sumamente prometedor que Blumhouse Productions se hiciera cargo de la remake de "Firestarter", la versión aggiornada de la novela que Stephen King publicó en 1980 y que Mark L. Lester llevara por primera vez a la pantalla grande cuatro años después, con una Drew Barrymore que comenzaba a desandar su largo y repleto de vaivenes derrotero actoral con apenas 9 años.

Había algo en la impronta de la productora que parecía encajar con un relato surgido de la etapa más prolífica y de mayor inspiración del maestro del terror. Estas sospechas se hacían más fuertes con el sólido trailer y hasta en el poster promocional que remitía directamente a su hermana mayor clase-B hoy considerada (algo así como) una película de culto.

La sorpresa es mayúscula en contraposición con cualquier buena expectativa y se debe principalmente al guión de un Scott Teems (responsable de la poco agraciada "Halloween Kills") que parece no entender en absoluto lo que subyace en la literatura de Stephen King. Lo que asoma detrás de los fuegos artificiales.

Cuando King escribió "Firestarter" (conocida como "Ojos de Fuego" por estas latitudes) regresó sobre sus pasos para tomar elementos de "Carrie" y "The Dead Zone" y con sus propias armas elaborar no solo un término que después sería utilizado hasta el hastio en la narrativa de ciencia ficción (piroquinesis) sino también un abrasivo ejercicio denuncista en torno a los abusos de la CIA, tomando como referencia el delirante proyecto MK Ultra que en 1950 experimentó con seres humanos con el fin de alcanzar la panacea ficcional de controlar la hipnosis, la telequinesis y la telepatía. Malabaristas enajenados urdiendo alquimias al servicio del establishment.

Pero además, el escritor más prolífico del siglo pasado (y quizas de lo que va de este) pondera en este marco la importancia y el rol de los medios de comunicación independientes y no corporativistas para sacar a la luz esas tramas que se tejen silenciosamente en las sombras. King desnuda una necesidad imperiosa: cada comunicador debe abrazar su propio Watergate, y en ese afán, llama a sublevarse en una batalla de la pluma, no de la espada.

Cada uno de estos rasgos peculiares y distintivos del "Firestarter" del papel quedan desvirtuados. El resultado no es solo una película lenta y aburrida, sino un sinsentido de corte televisivo que se resguarda en cierta pirotecnia visual marvelita. Un guión sin nervio, elíptico e insulso que a pesar de su brevedad resulta interminable.

"Llamas de Venganza" se autocombustiona rápidamente. Arde y se degrada en el fragor de su infructuosa espectacularidad.

lunes, 7 de octubre de 2019

La pesada herencia

En la antesala del lanzamiento de esta, la primera película en solitario del Joker -o el Guasón, esa traducción que por estas pampas popularizó primero la serie de Batman de los 60 y luego la recordada versión de Jack Nicholson en la película de 1989- tanto su director Todd Phillips como Joaquin Phoenix cargaron sobre sus espaldas no solo el peso específico que supone trabajar sobre un personaje icónico para la cultura popular sino también, y quizás aún más, el de al menos equiparar su trabajo con versiones pretéritas de una enorme estatura interpretativa que además, contribuyeron a la constitución del desequilibrado payaso como el villano por antonomasia excediendo ampliamente su condición de "personaje de comics".

Y es que a la mencionada interpretación de Nicholson en "Batman" (1989) la sucedió un Heath Ledger extraordinario, según la mirada de Christopher Nolan en "The Dark Knight" (2008) Y si bien la encarnación de Jared Leto en "Suicide Squad" (2016) resultó apática, la mitología del personaje se mantuvo intacta.A esos pergaminos, Joaquin Phoenix ha sumado una actuación descomunal que quedará sin dudas en la historia del cine moderno. Y si bien no era una novedad la capacidad del actor, esta performance pareciera ser el cenit absoluto de su carrera. Phoenix construye a un Joker cuyo derrotero de víctima a victimario se desanda a lo largo de un guión de un mensaje corrosivamente político, que pone el acento en las consecuencias que las desigualdades de un sistema perverso tiene en las clases subalternas. Phillips utiliza como excusa la multiplicidad de problemas que en la ficción llevan al Joker a convertirse en un criminal sociópata para trazar un paralelismo sin demasiadas metáforas sobre las oportunidades que el sistema ofrece a pobres, enfermos, refugiados o excluidos por no responder a lo normativo.

Si el Joker de Heath Ledger, entonces, representó una metáfora sobre la confusión de los Estados Unidos frente al terrorismo, el de Phoenix emerge como una versión extrema del mártir social. Un símbolo de la desesperación, como la máscara de Guy Fawkes en "V for Vendetta", abrazado por los excluidos que extrapolan en su locura la desesperación de un contexto hostil que no ofrece ninguna oportunidad. Una aguda crítica social que difícilmente se encuentra en el cine mainstream de Hollywood por estos días.

Pero no solo la inspiradísima actuación de Phoenix o el enorme guión de Todd Phillips hacen de Joker un clásico instantáneo. La cinta cuenta con una fotografía y ambientación de una inspiración notable. Gotham City exuda desesperanza incluso en sus rincones más luminosos. En ese afán parece extirpada de las viñetas de David Mazzucchelli, así como algunos diálogos remiten directamente al Alan Moore de "The Killing Joke", dejando en claro que el director hizo sus deberes concienzudamente, como quien sabe que tiene entre sus manos un diamante difícil de equiparar.

"Joker" lleva el cine basado en cómics (ya no a ese subgénero llamado “de superhéroes”) a otro nivel. Lo redefine completamente y deja en claro cuáles son las posibilidades reales al momento de adaptar a la pantalla grande una historia o personaje surgido de un medio largamente desestimado como el cómic.

En ese sentido, puede ponerse a la altura de novelas gráficas como “Watchmen” que modificaron por completo la manera que el público en general, la crítica especializada e incluso los ámbitos académicos percibieron a la historieta. Es una película que modificará radicalmente la manera de hacer un tipo de cine que desde hace más de una década fue estandarizado, principalmente, por el Universo Marvel, lo cual es una noticia a festejar tanto por los amantes del cine como de un medio de expresión artística tan noble como la historieta.

lunes, 16 de septiembre de 2019

Días del futuro pasado

Si con la primera parte de esta nueva versión de un clásico del terror moderno como IT, el argentino Andy Muschietti debía batallar con la gigantesca sombra que Tim Curry y los suyos dejaron con el telefilm de 1990, en esta segunda entrega debía hacerlo además contra él mismo. Y es que el largometraje que dio inicio a esta renovada mirada a la  emblemática novela de Stephen King consiguió lo que a priori parecía imposible: cautivar en igual medida a los fanáticos y a una crítica siempre escéptica al momento de abordar una nueva película de un género tan bastardeado como el terror.

Pasaron 27 años desde que el inhóspito pueblo de Derry fuese el escenario de una ola de maldad desatada por el payaso Pennywise. Aquel ecléctico grupo de amigos, los "Perdedores", son ahora adultos prósperos que dejaron atrás no solo Derry, sino también los recuerdos de ese truculento pasado que los obligó a enfrentar horrores indecibles. Honrando una promesa de juventud, se reunen nuevamente por el regreso de aquella amenaza.

Muschietti fundamenta con solidez la decisión de dividir la historia original en dos capítulos, mostrando en el primero la adolescencia de los protagonistas para dar paso a su vida adulta en esta segunda entrega. Así, se diferencia de la novela, donde la historia fue narrada saltando en el tiempo entre capítulos para alternar juventud/vida adulta a modo de contrapunto. El uso de flashbacks es funcional pero no un recurso remanido y la cinta logra centrarse en esta versión madura de aquellos preadolescentes repletos de dudas, dando pie a un juego de luces y sombras comparativo que resulta muy nutritivo para un guión ágil e inteligente.

El reparto tiene sus puntos altos en la muy lograda interpretación que Bill Skarsgård construye de Pennywise, que aun apoyada en los correctos efectos y el destacable maquillaje, no pìerde méritos gracias a la dosis de teatralidad que el actor sueco dota a su actuación, de voces resonantes y gestos espasmódicos. Apenas detrás de él aparece el Richie Tozier de Bill Hader. El histriónico personaje sobresale en un grupo heterogéneo por sus oportunos aportes humorísticos y el constante complemento con el Eddie Kaspbrak de James Ransone, otro de los destacados.

Jessica Chastain no desentona en esta versión adulta y circunspecta de Beverly Marsh, aunque en oposición con su equivalente adolescente de la primera parte (a cargo de Sophia Lillis) parece algo edulcorada. Algo similar sucede con el Bill Denbrough de James McAvoy, que cumple sin grandes highlights, a excepción claro está de su interacción con Stephen King, encargado de agrandar su cameo y hacerse cargo de una breve actuación como vendedor de antigüedades, bebedor de mate y fanático de Independiente, en una escena que exuda argentinidad en la que Andy Muschietti aprovecha para hacer gala de sus pasiones. Bravo.

La película transcurre sin torpezas durante sus casi tres horas de duración, y encuentra su cenit durante la última media hora, donde evidencia su mutación argumental más interesante, pasando del terror sobrenatural al psicológico dando forma así a una muy lograda metáfora sobre ese tipo particular de abuso y acoso. Los diálogos advierten sobre una batalla de voluntades de cara a esa temible entidad del mal y de esa manera, cierra la grieta que algunas escenas, de pretensiones surrealistas, pudieran insinuar. De repente, ya no estamos ante un grupo de amigos luchando contra un monstruo feo y malo sino contra la representación misma de todos sus miedos adolescentes, esos que marcaron a fuego su vida adulta y que hoy los encuentra juntos, en procura de poner a dormir una vez más su demonio personal al menos hasta la inevitable próxima.

Habrá que prestar atención a los próximos trabajos de Andy Muschietti, quien ha demostrado una gran estatura para abordar el terror y el suspenso en su versión más industrial, lo cual, en añadidura lo convierte en una potencial gema para Hollywood. Su llegada al Universo DC para hacerse cargo de The Flash parece inminente y tras salir airoso de esa temible galaxia llamada Stephen King, no sería buena idea perderse sus proyectos venideros. Yo, particularmente, no pienso hacerlo.

viernes, 6 de septiembre de 2019

Retrato de época

Quentin Tarantino ha logrado consolidarse a lo largo de su carrera como el director mimado del mainstream de Hollywood pero también como un realizador de culto, cuyo trabajo es respetado tanto por la crítica como por otros audiovisualistas y esperado con ansias por la audiencia. Así las cosas, consiguió de alguna forma hacer que cada una de sus películas conjuguen elementos aparentemente inmiscibles: Tarantino destroza taquillas con películas de autor que los paladines de "lo culto" idolatran y el público masivo acepta de buena gana.

Pecaré de reiterativo destacando el profundo conocimiento de Tarantino en torno al género western, el cine de artes marciales, la estética pulp, la novela negra y el movimiento blaxploitation, todas estas virtudes evidenciadas en trabajos pretéritos. Y es porque en "Once Upon a Time in Hollywood" -su novena película- además de de brindar una visita guíada por la estética californiana de finales de los 60, desanda una tarea casi antropológica que demuestra además su profunda erudición acerca de la cultura norteamericana y los hábitos de consumo alredededor de la producción audiovisual televisiva y cinematográfica. Tarantino tiene en esta cinta, su propio retrato de una época emblemática para el arte industrial.

A través de un ejercicio referencial el guión presenta una idiosincrasia en ciernes: el movimiento hippie como oposición a lo normativo. Así, cambios culturales como la revolución sexual, el uso recreativo de drogas, la resistencia a la autoridad y los cuestionamientos a las instituciones son puestos en relevancia, enmarcados con sutileza en torno a los integrantes del clan Manson. Tarantino se viste de historiador y hace las veces de cirujano sociológico.

Tarantino no arriesga y recurre a dos bestias interpretativas como Leo DiCaprio y Brad Pitt para dar vida a un actor de westerns venido a menos y su doble de riesgo. Inspirados en varios personajes reales, sus caracterizaciones solo son opacadas por la terrible estatura de sus actuaciones, donde hay que hacer un apartado para Brad Pitt y su granitico veterano de guerra convertido en un buscavidas hollywoodense. Pitt construye un personaje que sobrevuela al inolvidable Aldo Raine (Inglourious Basterds, 2009) y pide Oscar a los gritos.

Detrás de ellos, aparece Margot Robbie interpretando a la malograda Sharon Tate. La inocencia diáfana de la entonces esposa de Roman Polanski es complementada por la belleza fulgurante de Robbie, cuyo parecido asombra y cautiva. El director logra que el personaje encaje aunque el devenir de la historia haya obligado a su inclusión a favor de cierto rigor histórico. Revolotea alrededor de ella el Charles Manson de Damon Herriman, que aquí es poco más que un cameo y deja sabor a poco, sobretodo después de su destacadisima versión del mítico criminal que logra en la segunda temporada de "Mindhunter", quizás la serie más destacada que puede hallarse en esa agenda audiovisual llamada Netflix.

El climax de la película pone a Tarantino nuevamente en el papel de Dios justiciero. Al igual que en la mencionada "Inglorious Basterds" donde deja caer la espada de Damocles. sobre el cuello del aparato nazi, aquí decide ser el verdugo de los artífices de una de las masacres más recordadas por la mitología hollywoodense. El torbellino de violencia nos recuerda, sobre el ocaso de la película, a las hipérboles que el director logró sostener en películas como "Kill Bill vol 1" (2003) o "Death Proof" (2007). Y si bien la apuesta es alta al incluir en este caso crímenes y víctimas reales, Quentin logra una vez más, salir indemne.

De cumplir su promesa, el director logra con la penúltima película previa a su retiro, redondear un derrotero consecuente con elementos que se repiten sin caer en la redundancia. Su sello distintivo, siempre presente en sus trabajos, lo han convertido sin dudas en uno de los directores contemporáneos más relevantes. Una bestia audiovisual que se sostiene no solo por sus recursos técnicos y estéticos sino también por su asombrosa erudición cinéfila.

viernes, 26 de octubre de 2018

Halloween: el ejercicio de la veneración

Antes de acomodarse en la butaca, cualquier conocedor de la estatura audiovisual de ese animal de cine llamado John Carpenter sabe que será muy difícil que esta versión de Halloween haga sombra a la obra original. Y es que el largometraje que dio inicio a la franquicia se ha constituido como una pieza fundamental no solo para el bastardeado género del terror, sino para el cine en general a fuerza de un virtuoso manejo de cámaras (sigue siendo dueña de uno de los más logrados planos secuencia, muy a pesar de Campanella), una atmósfera agobiante y un personaje que ya forma parte de la cultura popular como Mike Myers, el psicópata homicida definitivo.

Empotrada 40 años después de aquella noche en la que cuchillo en mano Myers desataba una carniceria en el apacible pueblo de Haddonfield, la versión 2018 de Halloween se constituye en primer término como un homenaje a la emblemática primera película, respetando desde la tipografía elegida para los créditos iniciales y finales hasta la macabra sinfonía distintiva de la saga, y transitando un camino casi reverencial por las características estéticas y narrativas de las que John Carpenter, ahora en el papel de productor junto a Jamie Lee Curtis, supo dotar al largometraje de 1978.

En ese afán, resulta victoriosa como homenaje allí donde falla como secuela. Como producto autónomo, Halloween 2018 resulta por momentos algo cansina y endeble. Sin embargo, como pieza referencial goza de pasajes deliciosos, repletos de guiños para los fanáticos y con un rigor estético que la convierte -al menos desde ese lugar- en una réplica moderna de la cinta original.

La visita de dos periodistas de investigación al psiquiátrico donde Mike Myers se mantuvo recluido durante cuatro décadas abre el juego para dar paso a una breve radiografía de la relación que Laurie Strode (Jamie Lee Curtis) mantiene con su hija y su nieta adolescente. Este pantallazo permite sacar a relucir el profundo trauma que aquella noche de Halloween dejó en Laurie, ahora convertida en una hipernerviosa fóbica social abocada a prepararse para enfrentar el potencial regreso de su silencioso hostigador. La historia da paso a la lógica fuga del asesino y su derrotero inicial, ocasión en la que el guión se convierte en una sucesión elíptica de asesinatos. Ahí también se pone en evidencia la intención de emular la narrativa de Carpenter, evitando con cierto estilo el morbo explícito del gore a favor de planos mucho más cuidados.

Promediando la historia la esencia de la película pasa por el fan service. Los amantes de la franquicia podrán encontrar desde referencias solapadas a la obra de Carpenter y el cine de terror clásico, hasta una evidente intención de rendir pleitesía desde lo visual a la cinta de 1978, lo cual se refleja principalmente en la enorme fotografía de Michael Simmonds.

David Gordon Green consigue en la segunda mitad de la película recrear la tensión y el extremo sadismo inherentes al slasher más puro sin perder de vista nunca la loable misión de respetar el pulso carpenteriano que debería haber atravesado cada una de las entregas de la saga.

El condimento final lo pone el trasfondo psicológico que penetra longitudinalmente la historia y que expone la enfermiza relación de Mike Myers con su escueto entorno inmediato. Desde la obsesiva necesidad de su psiquiatra por comprender lo que oculta el total mutismo del asesino, pasando por las referencias a la relación con su hermana y primera víctima hasta llegar al simbiótico vínculo con su objeto de asedio favorito: Laurie. Allí, se agradece el aporte que Rob Zombie hizo en su injustamente maltratada remake del 2007, donde se buceó en la infancia de “The Shape” y se dio una impronta protagónica a su madre.

Así las cosas, el balance resulta positivo para una franquicia que estará siempre sobrevolada por el enorme trabajo de Carpenter y la veneración que muchos directores contemporáneos sienten hacia obras maestras como “The Fog” o “The Thing”, probablemente olvidadas por el grueso de la crítica mainstream simplemente por formar parte de un género cuyo curriculum debe batallar contra el prejuicio que le genera el haber sido abrazado por un sinfín de realizadores sin demasiadas pretensiones.

lunes, 20 de noviembre de 2017

Abuso de autoridad

Cuando poco más de un año atrás Zack Snyder presentaba “Batman vs. Superman: Dawn of Justice” al público masivo, se daba un fenómeno curioso en torno a una de las películas más esperadas por fanáticos, críticos y ocasionales espectadores de este desprendimiento del género fantástico que es el cine de superhéroes. A saber: un porcentaje altísimo no logró digerir la cinta sin caer en la comparación maniqueista del trabajo que Marvel venía realizando para la pantalla grande.

Así las cosas, esta miopía fustigó el trabajo terminado acusándolo de pecados tales como su oscuridad, su violencia, y una furia iracunda e inaudita para una película de superhéroes que se suponía alegre y colorida como el efectivo entretenimiento que la competencia realizaba con notables resultados. De alguna forma y sin quererlo, Marvel hacía pesar su antigüedad en el lucrativo negocio del cine basado en personajes de cómics.

El mercado había hablado y como es obvio, los resultados de estos variopintos pareceres se vieron de inmediato reflejados en las películas que sucedieron el beligerante encontronazo del Hombre de Acero y el Caballero Oscuro en la pantalla grande. Primero, en la insípida “Suicide Squad” (2016) y después, aunque en menor medida, en la estupenda “Wonder Woman” (2017)

Con esas dos producciones DC Comics insinuaba dejar atrás las historias lúgubres y sin espacio para el humor, dando paso a un producto más cercano al gusto del público masivo que de quienes gustábamos de esa sordidez que en un comienzo la editorial pretendió imprimir en su aventura cinematográfica. Con estos antecedentes debemos decir que en “Justice League”, los trazos oscuros del a veces impredecible Zack Snyder quedaron sujetos a factores tendientes a edulcorar su influencia.

Desde el guión de Chris Terrio hasta la oportuna inclusión de Joss Whedon (responsable de Avengers) en la post producción del film, la primera película dedicada al grupo más emblemático de la compañía está atravesado transversalmente por detalles que dan cuenta que la intención fue matizar los contenidos para hacerlos más cercanos a las demandas de ese sector disconforme disperso entre la crítica y el público.

¿El resultado? Es muy bueno aún para quienes disfrutábamos la versión condicionada que tanto escandalizó incautos. Probablemente porque el peso de las individualidades elegidas para encarnar a cada miembro del supergrupo genere por propiedad transitiva una comunión casi simbiótica, lograda por un guión que no se detiene a explicar detalles del origen de cada personaje (para eso estarán sus películas individuales, ya programadas) y que salta sin paracaídas a la acción más trepidante, sostenida con calidad visual y afortunadamente, conservando la estética que DC no ha resignado.

Lo insinuado en los avances deja lugar a la sorpresa gracias a un buen trabajo de edición que permite que Aquaman no sea un rocker hormonado unidimensional (gran trabajo de Jason Momoa) ni Flash apenas un conflictuado joven hiperestimulado. Ambos destacan no solo por su aporte a la vorágine fantástica sino por la dosis humorística que, reclamada, ahora dice presente con estos dos personajes como estandartes. Ezra Miller construye un Flash/Barry Allen alejado de las características conocidas en las viñetas, pero que resulta simpático aún para el seguidor más acérrimo. Por él, transitan a velocidad supersónica la faceta más light de la historia.
Detrás de ellos asoma Ray Fisher con su huraño y circunspecto Cyborg. El joven actor es el encargado de interpretar el personaje que termina por ser no solo el más fiel a los comics, sino el de mayor profundidad dramática, cualidad que bien trabajada puede hacer de su programada película en solitario un verdadero hallazgo.

La trinidad Superman/Batman/Wonder Woman funciona como un engranaje bien aceitado gracias a un Henry Cavill que cada día se parece más al bonachón alienígena todopoderoso, a un Ben Affleck que aporta un toque personalísimo a este Batman posmoderno alejado de la épica que siempre circundó al personaje y a una casi perfecta Gal Gadot, nacida para interpretar a una Wonder Woman de ensueño, de textura humana y fiereza espartana. Un lujo.

La historia se completa con la estética de la invasión extraterrestre en la que se respira el espíritu del universo que supo crear Jack Kirby en a década del 70, con su “Cuarto Mundo” repleto de Parademons y Cajas Madre. Delicias léxicas para cualquier fanático de las historietas clásicas. En el medio, como un tótem, emerge el villano de turno, un Steppenwolf algo flojo de papeles que goza de pocos pergaminos pero que sin embargo cumple en su afán de abrir la historia hacia el camino que llevará directo al malvado que todos esperamos ver: el tirano intergaláctico Darkseid.

“Justice League” se construye así como una muy buena película de acción, que sabe amalgamar el reclamo popular de un sector disconforme sin claudicar totalmente en la idea central que la DC Comics tiene para su cine. El abuso de autoridad de quienes regulan la temperatura del consumo, influye, es cierto, pero no hace mella en la primera incursión en la pantalla grande del que quizás sea el más grande grupo de superhéroes jamás creado.

jueves, 5 de octubre de 2017

Casas dentro de casas

“Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene:
–Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado la parte del fondo.
Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados.
–¿Estás seguro?Asentí.
–Entonces –dijo recogiendo las agujas– tendremos que vivir en este lado”.
"Casa Tomada", Julio Cortázar


Darren Aronofsky nos y se debía una película como "Mother". Desde su irrupción en el cine industrial primero con "Pi: El orden del caos" (1998) y después con "Requiem for a Dream" (2000) el director norteamericano insinuó más de lo que finalmente se atrevió a mostrar de su saludable impostura en sus correctos trabajos posteriores.

Sus intenciones de diseccionar comportamientos extremos a través de personajes complejos e intrincados marcaron una hoja de ruta en su cine y sirvieron como herramienta para la conformación de su mejor cine. Sin embargo sus últimos proyectos se mostraron estáticos en su afán y casi políticamente correctos, lejos de aquella sana irreverencia mostrada en sus inicios.

La buena noticia es que con "Mother", Aronofsky finalmente se anima a patear el tablero dando forma a su película más audaz, ambiciosa y lograda hasta el momento. A lo largo de dos horas, el director y guionista propone un viaje surrealista que convida al espectador al análisis polisémico más puro sin perder el hilo conductor de la historia detrás de un ejercicio incoherente, tan en boga en las diferentes manifestaciones artísticas modernas, sino abriendo el juego hacia la multiplicidad interpretativa.

Una historia que comienza simple, con un rodaje prolijo y casi mainstream desencadenará con el correr de los minutos en una explosión de ideas y conceptos. Las influencias del autor se dejan entrever en cada uno de los pasajes de la película casi como en una declaración de principios. Desde el virtuosismo técnico y estético de Polanski hasta la narrativa lisérgica de Lynch, el director consigue también remitir a los conceptos de la Nouvelle Vague -aquellos que proponían una ruptura en los métodos clásicos de filmar- y hasta a la literatura de Cortázar y Poe.

"Mother" es cualquier cosa menos una película para el espectador ocasional. La mirada desinteresada que busca la introducción el nudo y el desenlace probablemente abandone la sala con una mezcla de confusión y desencanto ante la avalancha metafórica de una historia que aborda de un minuto al otro la sacralización de los ídolos, la voracidad de las religiones, la manipulación amorosa y también se permite fotografiar convincentemente las afiladas aristas de los estados represivos, los grises de la guerra y los avatares de la maternidad, todo con una velocidad y un vértigo cinematográfico extraordinario.

Jennifer Lawrence sorprende en su rol de esposa abnegada y sumisa, logrando su interpretación más destacada desde "Winter's Bone" (2010) y dándole aire a su carrera con una película a la altura de las expectativas que se pusieron en ella con aquel gélido drama y con "American Hustle", momentos en los que muestra su mejor perfil, solapado en la superheroína fantástica de las franquicias de X-Men y Los Juegos del Hambre. Lawrence se muestra nuevamente sólida y conmovedora demostrando que la textura dramática y la profundidad humana que puede imprimirle a sus interpretaciones deberían ser tenidas en cuenta con mayor asiduidad en cintas de este tenor.

El ambivalente Javier Bardem se muestra sólido en su rol de egocéntrico escritor devastado por la falta de ideas y sus mejores momentos transcurren junto a un Ed Harris que se retroalimenta a la perfección con una Michelle Pfeiffer estupenda, indómita e irreverente.

Así las cosas, “Mother” se enarbola como una cinta que llamará al debate entre sus amantes y detractores merced a un guión ambicioso con una carga simbólica que sacude la modorra de un cine muchas veces tentado a seguir las reglas del juego al pie de la letra para conformar lo que las mayorías esperan de Hollywood: poco más que una mera excusa para pasar el rato.