lunes, 7 de octubre de 2019

La pesada herencia

En la antesala del lanzamiento de esta, la primera película en solitario del Joker -o el Guasón, esa traducción que por estas pampas popularizó primero la serie de Batman de los 60 y luego la recordada versión de Jack Nicholson en la película de 1989- tanto su director Todd Phillips como Joaquin Phoenix cargaron sobre sus espaldas no solo el peso específico que supone trabajar sobre un personaje icónico para la cultura popular sino también, y quizás aún más, el de al menos equiparar su trabajo con versiones pretéritas de una enorme estatura interpretativa que además, contribuyeron a la constitución del desequilibrado payaso como el villano por antonomasia excediendo ampliamente su condición de "personaje de comics".

Y es que a la mencionada interpretación de Nicholson en "Batman" (1989) la sucedió un Heath Ledger extraordinario, según la mirada de Christopher Nolan en "The Dark Knight" (2008) Y si bien la encarnación de Jared Leto en "Suicide Squad" (2016) resultó apática, la mitología del personaje se mantuvo intacta.A esos pergaminos, Joaquin Phoenix ha sumado una actuación descomunal que quedará sin dudas en la historia del cine moderno. Y si bien no era una novedad la capacidad del actor, esta performance pareciera ser el cenit absoluto de su carrera. Phoenix construye a un Joker cuyo derrotero de víctima a victimario se desanda a lo largo de un guión de un mensaje corrosivamente político, que pone el acento en las consecuencias que las desigualdades de un sistema perverso tiene en las clases subalternas. Phillips utiliza como excusa la multiplicidad de problemas que en la ficción llevan al Joker a convertirse en un criminal sociópata para trazar un paralelismo sin demasiadas metáforas sobre las oportunidades que el sistema ofrece a pobres, enfermos, refugiados o excluidos por no responder a lo normativo.

Si el Joker de Heath Ledger, entonces, representó una metáfora sobre la confusión de los Estados Unidos frente al terrorismo, el de Phoenix emerge como una versión extrema del mártir social. Un símbolo de la desesperación, como la máscara de Guy Fawkes en "V for Vendetta", abrazado por los excluidos que extrapolan en su locura la desesperación de un contexto hostil que no ofrece ninguna oportunidad. Una aguda crítica social que difícilmente se encuentra en el cine mainstream de Hollywood por estos días.

Pero no solo la inspiradísima actuación de Phoenix o el enorme guión de Todd Phillips hacen de Joker un clásico instantáneo. La cinta cuenta con una fotografía y ambientación de una inspiración notable. Gotham City exuda desesperanza incluso en sus rincones más luminosos. En ese afán parece extirpada de las viñetas de David Mazzucchelli, así como algunos diálogos remiten directamente al Alan Moore de "The Killing Joke", dejando en claro que el director hizo sus deberes concienzudamente, como quien sabe que tiene entre sus manos un diamante difícil de equiparar.

"Joker" lleva el cine basado en cómics (ya no a ese subgénero llamado “de superhéroes”) a otro nivel. Lo redefine completamente y deja en claro cuáles son las posibilidades reales al momento de adaptar a la pantalla grande una historia o personaje surgido de un medio largamente desestimado como el cómic.

En ese sentido, puede ponerse a la altura de novelas gráficas como “Watchmen” que modificaron por completo la manera que el público en general, la crítica especializada e incluso los ámbitos académicos percibieron a la historieta. Es una película que modificará radicalmente la manera de hacer un tipo de cine que desde hace más de una década fue estandarizado, principalmente, por el Universo Marvel, lo cual es una noticia a festejar tanto por los amantes del cine como de un medio de expresión artística tan noble como la historieta.

lunes, 16 de septiembre de 2019

Días del futuro pasado

Si con la primera parte de esta nueva versión de un clásico del terror moderno como IT, el argentino Andy Muschietti debía batallar con la gigantesca sombra que Tim Curry y los suyos dejaron con el telefilm de 1990, en esta segunda entrega debía hacerlo además contra él mismo. Y es que el largometraje que dio inicio a esta renovada mirada a la  emblemática novela de Stephen King consiguió lo que a priori parecía imposible: cautivar en igual medida a los fanáticos y a una crítica siempre escéptica al momento de abordar una nueva película de un género tan bastardeado como el terror.

Pasaron 27 años desde que el inhóspito pueblo de Derry fuese el escenario de una ola de maldad desatada por el payaso Pennywise. Aquel ecléctico grupo de amigos, los "Perdedores", son ahora adultos prósperos que dejaron atrás no solo Derry, sino también los recuerdos de ese truculento pasado que los obligó a enfrentar horrores indecibles. Honrando una promesa de juventud, se reunen nuevamente por el regreso de aquella amenaza.

Muschietti fundamenta con solidez la decisión de dividir la historia original en dos capítulos, mostrando en el primero la adolescencia de los protagonistas para dar paso a su vida adulta en esta segunda entrega. Así, se diferencia de la novela, donde la historia fue narrada saltando en el tiempo entre capítulos para alternar juventud/vida adulta a modo de contrapunto. El uso de flashbacks es funcional pero no un recurso remanido y la cinta logra centrarse en esta versión madura de aquellos preadolescentes repletos de dudas, dando pie a un juego de luces y sombras comparativo que resulta muy nutritivo para un guión ágil e inteligente.

El reparto tiene sus puntos altos en la muy lograda interpretación que Bill Skarsgård construye de Pennywise, que aun apoyada en los correctos efectos y el destacable maquillaje, no pìerde méritos gracias a la dosis de teatralidad que el actor sueco dota a su actuación, de voces resonantes y gestos espasmódicos. Apenas detrás de él aparece el Richie Tozier de Bill Hader. El histriónico personaje sobresale en un grupo heterogéneo por sus oportunos aportes humorísticos y el constante complemento con el Eddie Kaspbrak de James Ransone, otro de los destacados.

Jessica Chastain no desentona en esta versión adulta y circunspecta de Beverly Marsh, aunque en oposición con su equivalente adolescente de la primera parte (a cargo de Sophia Lillis) parece algo edulcorada. Algo similar sucede con el Bill Denbrough de James McAvoy, que cumple sin grandes highlights, a excepción claro está de su interacción con Stephen King, encargado de agrandar su cameo y hacerse cargo de una breve actuación como vendedor de antigüedades, bebedor de mate y fanático de Independiente, en una escena que exuda argentinidad en la que Andy Muschietti aprovecha para hacer gala de sus pasiones. Bravo.

La película transcurre sin torpezas durante sus casi tres horas de duración, y encuentra su cenit durante la última media hora, donde evidencia su mutación argumental más interesante, pasando del terror sobrenatural al psicológico dando forma así a una muy lograda metáfora sobre ese tipo particular de abuso y acoso. Los diálogos advierten sobre una batalla de voluntades de cara a esa temible entidad del mal y de esa manera, cierra la grieta que algunas escenas, de pretensiones surrealistas, pudieran insinuar. De repente, ya no estamos ante un grupo de amigos luchando contra un monstruo feo y malo sino contra la representación misma de todos sus miedos adolescentes, esos que marcaron a fuego su vida adulta y que hoy los encuentra juntos, en procura de poner a dormir una vez más su demonio personal al menos hasta la inevitable próxima.

Habrá que prestar atención a los próximos trabajos de Andy Muschietti, quien ha demostrado una gran estatura para abordar el terror y el suspenso en su versión más industrial, lo cual, en añadidura lo convierte en una potencial gema para Hollywood. Su llegada al Universo DC para hacerse cargo de The Flash parece inminente y tras salir airoso de esa temible galaxia llamada Stephen King, no sería buena idea perderse sus proyectos venideros. Yo, particularmente, no pienso hacerlo.

viernes, 6 de septiembre de 2019

Retrato de época

Quentin Tarantino ha logrado consolidarse a lo largo de su carrera como el director mimado del mainstream de Hollywood pero también como un realizador de culto, cuyo trabajo es respetado tanto por la crítica como por otros audiovisualistas y esperado con ansias por la audiencia. Así las cosas, consiguió de alguna forma hacer que cada una de sus películas conjuguen elementos aparentemente inmiscibles: Tarantino destroza taquillas con películas de autor que los paladines de "lo culto" idolatran y el público masivo acepta de buena gana.

Pecaré de reiterativo destacando el profundo conocimiento de Tarantino en torno al género western, el cine de artes marciales, la estética pulp, la novela negra y el movimiento blaxploitation, todas estas virtudes evidenciadas en trabajos pretéritos. Y es porque en "Once Upon a Time in Hollywood" -su novena película- además de de brindar una visita guíada por la estética californiana de finales de los 60, desanda una tarea casi antropológica que demuestra además su profunda erudición acerca de la cultura norteamericana y los hábitos de consumo alredededor de la producción audiovisual televisiva y cinematográfica. Tarantino tiene en esta cinta, su propio retrato de una época emblemática para el arte industrial.

A través de un ejercicio referencial el guión presenta una idiosincrasia en ciernes: el movimiento hippie como oposición a lo normativo. Así, cambios culturales como la revolución sexual, el uso recreativo de drogas, la resistencia a la autoridad y los cuestionamientos a las instituciones son puestos en relevancia, enmarcados con sutileza en torno a los integrantes del clan Manson. Tarantino se viste de historiador y hace las veces de cirujano sociológico.

Tarantino no arriesga y recurre a dos bestias interpretativas como Leo DiCaprio y Brad Pitt para dar vida a un actor de westerns venido a menos y su doble de riesgo. Inspirados en varios personajes reales, sus caracterizaciones solo son opacadas por la terrible estatura de sus actuaciones, donde hay que hacer un apartado para Brad Pitt y su granitico veterano de guerra convertido en un buscavidas hollywoodense. Pitt construye un personaje que sobrevuela al inolvidable Aldo Raine (Inglourious Basterds, 2009) y pide Oscar a los gritos.

Detrás de ellos, aparece Margot Robbie interpretando a la malograda Sharon Tate. La inocencia diáfana de la entonces esposa de Roman Polanski es complementada por la belleza fulgurante de Robbie, cuyo parecido asombra y cautiva. El director logra que el personaje encaje aunque el devenir de la historia haya obligado a su inclusión a favor de cierto rigor histórico. Revolotea alrededor de ella el Charles Manson de Damon Herriman, que aquí es poco más que un cameo y deja sabor a poco, sobretodo después de su destacadisima versión del mítico criminal que logra en la segunda temporada de "Mindhunter", quizás la serie más destacada que puede hallarse en esa agenda audiovisual llamada Netflix.

El climax de la película pone a Tarantino nuevamente en el papel de Dios justiciero. Al igual que en la mencionada "Inglorious Basterds" donde deja caer la espada de Damocles. sobre el cuello del aparato nazi, aquí decide ser el verdugo de los artífices de una de las masacres más recordadas por la mitología hollywoodense. El torbellino de violencia nos recuerda, sobre el ocaso de la película, a las hipérboles que el director logró sostener en películas como "Kill Bill vol 1" (2003) o "Death Proof" (2007). Y si bien la apuesta es alta al incluir en este caso crímenes y víctimas reales, Quentin logra una vez más, salir indemne.

De cumplir su promesa, el director logra con la penúltima película previa a su retiro, redondear un derrotero consecuente con elementos que se repiten sin caer en la redundancia. Su sello distintivo, siempre presente en sus trabajos, lo han convertido sin dudas en uno de los directores contemporáneos más relevantes. Una bestia audiovisual que se sostiene no solo por sus recursos técnicos y estéticos sino también por su asombrosa erudición cinéfila.