
El corazón sobre todo - Estelares
¿Quién comprende a las musas? ¿Cómo llegar a ellas? ¿Cómo identificarlas cuando arriban? Esas diosas mitológicas que parecen colarse en nuestras vidas fueron siempre un enigma para mí. Su presencia, etérea y sutil, pareciera estar destinada a modificar nuestra existencia, en un plano que excede el terrenal y que convierte sus secuelas en una marca indeleble e imperecedera. No podemos controlarlas y eso las dota de un cautivante misterio. Nos enamoran, nos moldean a su antojo y retozan en nuestra fascinación. Algunos se permiten crear impulsados por las sensaciones, otros, simplemente contemplan impotentes cómo la sangre que brota de las heridas salpica todo alrededor.
Esas marcas definitivas, son el móvil de un trabajo descomunal. Stephen Daldry continúa su obra en la misma tónica que utilizara en la maravillosa “Las Horas”, creando con “El Lector”, una cinta de aroma clásico, soberbia ambientación y un guión sin fisuras. Un romance intenso entre dos desconocidos, separados generacionalmente pero unidos por los designios indescifrables del sentir, dan pie a una historia en la que se pondrá a una de las partes ante la encrucijada de seguir los dictados del corazón o someterse a las leyes del hombre. La moral por sobre los sentimientos, el deber por sobre el querer, una historia repleta de secretos, donde el que parece más ínfimo termina por ser el más revelador.
Las más de dos horas de filmación se deslizan parsimoniosas, pero sin zozobras, basándose en un guión bien concatenado y una fotografía exquisita, la historia de amor nunca se hunde en las tentadoras mieles de la cursilería y camina con paso firme hacía el núcleo del argumento, permitiéndose apuestas victoriosas como licencias anacrónicas que rompen lo lineal y tan sólo suman porotos al trabajo de un David Hare, quien se confirma como uno de los mejores guionistas contemporáneos, adaptando siempre con buen tino, obras complejas a la pantalla grande.
La cinta suma otro punto a favor merced a las magníficas interpretaciones de sus protagonistas, especialmente la que surge de los zapatos de una Kate Winslet que no deja de sumar papeles inolvidables, alejándose cada vez más del soso y sobrevalorado personaje de la hipertaquillera Titanic. Hablar de Ralph Fiennes sería redundar sobre un actor cuyos pergaminos hablan por si mismos. El inglés vuelve a imponer su presencia, en este caso con un bagaje dramático encomiable, y se erige hacia el final de la película como “el hombre que dejó la historia”, una persona herida, sensible e incapaz de olvidar. El trinomio protagónico lo completa el joven David Kross, quien a pesar de no contar con las espaldas de sus compañeros de reparto, está a la altura de las circunstancias, con una actuación sólida y comprometida.
Todo lo antedicho conforma cualquier cosa menos una película más. “El Lector” es una obra de arte finísima, de un acabado riguroso y metódico. Estricta desde lo argumental, bella desde lo visual y con un altísimo nivel interpretativo. La cinta ataca sin piedad al espectador aburguesado, poniéndolo frente a una historia difícil de digerir, de aristas que cuestionan la moral y justifican hasta el más tórrido accionar, sin alinearse con una ideología, sino intentando desentrañar lo que lleva al hombre común a recorrer ciertos caminos. El trabajo de Daldry está llamado a ser una cinta indispensable para los amantes del género.
“El Lector” inspecciona las heridas profundas que el tiempo cierra pero transforma en cicatrices indelebles, como un recordatorio de lo que fuimos, de lo que somos, de lo que seremos. Nuestra vida signada por la vida de los otros, por nuestro pasado, ese que configura nuestro presente, moldea nuestros corazones y es la génesis misma de nuestros demonios personales. La verdad de las musas, esas que aparecen cuando menos las esperamos, convirtiendo todo lo que conocíamos en un terreno virgen, presto a ser explorado.